Cuando salió de la consulta médica aquella mañana, de repente su vida le pareció demasiado corta. No podía ser que, cuando apenas había empezado a vivir, le segaran la vida de aquella manera sin darle una oportunidad. Su médico le acababa de comunicar que le quedaban a lo sumo seis meses de vida. Su mal había evolucionado demasiado rápido y, a esas alturas, era imposible detenerlo, porque sus órganos vitales estaban demasiado afectados. Ante sus ojos tenía una vida por hacer, que jamás llegaría a completarse, como un dominó que, en mitad de la partida, se le desbarajustan las piezas; como una partida de ajedrez que jamás llegaría al jaque mate; como un salto desde un trampolín, que nunca rozaría al agua; como un niño que no nacería; como una canción que no sonaría; como una historia que no se narraría; como un sueño que no se cumplirá.
Su médico le había dicho que debía luchar, pero ¿cómo luchar ante lo inevitable? No sabía cómo enfrentase a la muerte y sin embargo no quería rendirse. Debía hacerlo por sus padres, por sus hijos, por si misma. Pero tenía poco tiempo y eso le asustaba, quizá fueran menos de seis meses. Miraba las caritas de sus hijos y no se imaginaba la vida sin ellos, mucho menos la muerte definitiva sin volverlos a ver. ¿Quién les contaría cuentos? ¿Quién les llevaría al colegio? ¿Quién escucharía sus fantasías? y sobre todo ¿quién les vería crecer? y sentía envidia de las personas, que iban a tener la oportunidad de verles crecer, de escuchar sus ilusiones, de asistir a su primer ligue, de consolarles en su primera decepción, de celebrar su boda, o el nacimiento de sus hijos, o la graduación en la universidad. Y sentía que su mundo se le abría bajo los pies y la dejaba caer en el mayor de los abismos. Quizás eso fuera la muerte, caerse al vacío sin volver a levantarse nunca.
Y quería luchar con todas las fuerzas, pero ¿cómo escapar de ese corredor mortal? Única respuesta: silencio.
Dos horas más tarde cuando iba a recoger a los hijos al colegio, el silencio se volvió palabra y le dio la respuesta. Su hijo pequeño, que tenía seis años se le colgó del cuello, le dio mil besos y le dijo "mami, te quiero, porque esta noche he soñado que no te marcharías nunca". Eran las palabras de un niño. Eran la clave, la respuesta a sus dudas. Aquellas palabras retumbaron en su interior, como un indulto en el corredor de la muerte. Y supo que, aunque la materia de su cuerpo se descompondría no tardando mucho, sus palabras, sus gestos, sus acciones permanecerían para siempre en el recuerdo de sus seres queridos.
Y se sintió aliviada. Pero conforme pasaba el tiempo y su cuerpo se iba deteriorando, ante la vista de todos, un deseo se le apoderaba de los pensamientos. Quería vivir. Y cuando sintió que apenas le quedaban unas horas, deseó con todas las fuerzas vivir un día más. Y vivió un día más. Y al terminar ese día, deseó vivir otro día más, y otro más al día siguiente. Y pasaron los meses, casi sin darse cuenta de que se había prorrogado su sentencia de muerte. Y sus hijos hicieron la Primera Comunión. Y siguió deseando un día más. Y volvieron a pasar los meses. Un buen día se dio cuenta de que habían pasando los años. Y, a pesar de que a su cuerpo no le quedaban fuerzas, siguió deseando un día más, y otro más al día siguiente. Y siguió viviendo con su cuerpo arrastras, pero feliz.
Y vio crecer a sus hijos, siendo testigo de sus ilusiones, de sus tropezones. Y les vio formar sus respectivas familias. Y cuando ya no le quedaban fuerzas para seguir deseando vivir, siguió suplicando por día más, y otro más al día siguiente. Y nacieron sus nietos mientras ella deseaba otro día más. Y cuando llegó a la vejez, olvidó su cuerpo decrépito, ignoró las señales de su mal y volvió a desear un día más. Y recordó las palabras de su hijo, cuando le dijo que no se marcharía nunca. Y le dio gracias a la vida por ese día más....un día eterno que había ocupado toda una vida. Pero a pesar de todo siguió luchando por cada nuevo día y, con su cuerpo arrastras, llegó a conocer a sus biznietos a quienes enseñó a luchar por ese día más. Fue así como consiguió hacer jaque mate a la muerte en una partida eterna, que tan solo había durado un día más.
Su hijo tenía razón, ella no se marcharía nunca, porque a pesar de llevar muerta muchos años, los biznietos de sus biznietos la siguen recordando como una mujer luchadora, que enseñó a luchar a cuantos la rodeaban. Y uno de ellos ha escrito un libro en su honor que se titula "una vida en un día más", por el que será recordada eternamente. Y puede ser que desde su tumba, ella que le ganó la batalla a la muerte un día tras otro, todavía esté deseando un día más.....
Su médico le había dicho que debía luchar, pero ¿cómo luchar ante lo inevitable? No sabía cómo enfrentase a la muerte y sin embargo no quería rendirse. Debía hacerlo por sus padres, por sus hijos, por si misma. Pero tenía poco tiempo y eso le asustaba, quizá fueran menos de seis meses. Miraba las caritas de sus hijos y no se imaginaba la vida sin ellos, mucho menos la muerte definitiva sin volverlos a ver. ¿Quién les contaría cuentos? ¿Quién les llevaría al colegio? ¿Quién escucharía sus fantasías? y sobre todo ¿quién les vería crecer? y sentía envidia de las personas, que iban a tener la oportunidad de verles crecer, de escuchar sus ilusiones, de asistir a su primer ligue, de consolarles en su primera decepción, de celebrar su boda, o el nacimiento de sus hijos, o la graduación en la universidad. Y sentía que su mundo se le abría bajo los pies y la dejaba caer en el mayor de los abismos. Quizás eso fuera la muerte, caerse al vacío sin volver a levantarse nunca.
Y quería luchar con todas las fuerzas, pero ¿cómo escapar de ese corredor mortal? Única respuesta: silencio.
Dos horas más tarde cuando iba a recoger a los hijos al colegio, el silencio se volvió palabra y le dio la respuesta. Su hijo pequeño, que tenía seis años se le colgó del cuello, le dio mil besos y le dijo "mami, te quiero, porque esta noche he soñado que no te marcharías nunca". Eran las palabras de un niño. Eran la clave, la respuesta a sus dudas. Aquellas palabras retumbaron en su interior, como un indulto en el corredor de la muerte. Y supo que, aunque la materia de su cuerpo se descompondría no tardando mucho, sus palabras, sus gestos, sus acciones permanecerían para siempre en el recuerdo de sus seres queridos.
Y se sintió aliviada. Pero conforme pasaba el tiempo y su cuerpo se iba deteriorando, ante la vista de todos, un deseo se le apoderaba de los pensamientos. Quería vivir. Y cuando sintió que apenas le quedaban unas horas, deseó con todas las fuerzas vivir un día más. Y vivió un día más. Y al terminar ese día, deseó vivir otro día más, y otro más al día siguiente. Y pasaron los meses, casi sin darse cuenta de que se había prorrogado su sentencia de muerte. Y sus hijos hicieron la Primera Comunión. Y siguió deseando un día más. Y volvieron a pasar los meses. Un buen día se dio cuenta de que habían pasando los años. Y, a pesar de que a su cuerpo no le quedaban fuerzas, siguió deseando un día más, y otro más al día siguiente. Y siguió viviendo con su cuerpo arrastras, pero feliz.
Y vio crecer a sus hijos, siendo testigo de sus ilusiones, de sus tropezones. Y les vio formar sus respectivas familias. Y cuando ya no le quedaban fuerzas para seguir deseando vivir, siguió suplicando por día más, y otro más al día siguiente. Y nacieron sus nietos mientras ella deseaba otro día más. Y cuando llegó a la vejez, olvidó su cuerpo decrépito, ignoró las señales de su mal y volvió a desear un día más. Y recordó las palabras de su hijo, cuando le dijo que no se marcharía nunca. Y le dio gracias a la vida por ese día más....un día eterno que había ocupado toda una vida. Pero a pesar de todo siguió luchando por cada nuevo día y, con su cuerpo arrastras, llegó a conocer a sus biznietos a quienes enseñó a luchar por ese día más. Fue así como consiguió hacer jaque mate a la muerte en una partida eterna, que tan solo había durado un día más.
Su hijo tenía razón, ella no se marcharía nunca, porque a pesar de llevar muerta muchos años, los biznietos de sus biznietos la siguen recordando como una mujer luchadora, que enseñó a luchar a cuantos la rodeaban. Y uno de ellos ha escrito un libro en su honor que se titula "una vida en un día más", por el que será recordada eternamente. Y puede ser que desde su tumba, ella que le ganó la batalla a la muerte un día tras otro, todavía esté deseando un día más.....
3 comentarios:
Precioso relato. Hay muchas personas así, guerreando hasta el final y siempre deseando un día más de vida... Un abrazo
Hay que ser muy valiente para lograr algo así, muchos en su caso se hubieran rendido.
Un relato muy muy bueno, me ha encantado!
Leeré tu blog más a menudo...
Un saludo,
Ciao.
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