lunes, 21 de enero de 2008

Pico de Collarada


Esta mañana he visto la cumbre nevada del pico de Collarada y no he podido evitar recordar aquellas excursiones, que realizábamos hace años, muchos años, mi padre, algunos de mis hermanos y yo. Veraneábamos en Jaca, donde mi padre tiene casa, y recuerdo que nos levantábamos a eso de las cinco de la madrugada, la excursión era dura y si queríamos hacerla en un solo día era necesario madrugar. Al Pico de Collarada se puede ascender por Villanúa, que está antes de llegar a Canfranc y por lo tanto cerca de la frontera con Francia, y tiene, si la memoria no me falla, 2886 metros de altura. Comenzábamos la marcha almorzando un poco, frutos secos y otras cosas de muchas calorías y poco peso, para que hicieran mas fácil el ascenso y no pesaran demasiado en la mochila, en la que tampoco faltaba la bota de vino; normalmente no volvíamos a comer hasta que regresábamos, no fuera que se nos hiciera de noche, como nos ocurrió en una ocasión.

En primer lugar atravesábamos un bosque,durante unas dos horas aproximadamente; donde terminaba el bosque, comenzaba una zona árida, con muchas pedrizas, de esas que subes tres pasos y retrocedes dos; a pesar de la dificultad de la marcha, lo pasábamos en grande, gastándonos bromas, riendo, y sufriendo también, porque cuando te fallaba el fuelle, que así lo llamábamos, era duro, muy duro y teníamos tentaciones de dejar la marcha para otro día, o de quedarnos rezagados por el camino, pero la decisión era siempre seguir adelante. Allí, creo, que empecé a entender lo que significaba el espíritu de superación. Toda una lección de la vida.
La recompensa la encontrábamos cuando llegábamos a la cima y contemplábamos todo un mundo que se extendía bajo nuestras miradas, unos paisajes maravillosos, que cuantos tengan por costumbre ir al monte entenderán, un cielo que parecía mas cercano y mas azul, el oxígeno te invadía y sentías toda la pureza de la naturaleza rozando tu piel, en fin algo maravilloso difícil de contar. Lo malo era volver a bajar aquellas pedrizas resbaladizas y normalmente, cuando bajábamos, lo hacíamos a culetazos, como vulgarmente se dice, atravesando barrancos intransitados; entonces no había sendas por aquel lugar y teníamos que subir o bajar por donde Dios nos daba a entender o mi padre, que era quien dirigía la marcha y normalmente acertaba.(Continuará)

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